¿Te aventurarías a decir la característica diferencial de un genio como Gaudí?

Es muy difícil escoger sólo una, pero, si abstraemos lo que sabemos de él, hay siempre un denominador común: Gaudí era un observador 🧐

Este rasgo le permitió entender su entorno como una fuente inagotable de recursos inspiradores. No sólo otras obras arquitectónicas le servían de referencia, sino también las formas imposibles de Montserrat, las cuevas y montañas de Mallorca o la sierra de Prades, cercana a su Reus natal 🔍

Ya de niño presenciaba el trabajo de su padre, calderero. Fue viendo cómo fabricaba sus calderas y alambiques como el joven Gaudí desarrolló su sentido espacial, entendía la construcción desde el aspecto tridimensional. Siempre prefirió las maquetas a los planos y solamente accedía a formalizarlos para fines oficiales.

Esta falta de concreción abría un margen a la improvisación, lo que le obligaba a mantener necesariamente un estrecho contacto con los constructores y artesanos que trabajaban en sus obras.

El uso de la cerámica como revestimiento ya era popular en la arquitectura modernista de la época y Lluís Bru destacaba como uno de los más prestigiosos mosaiquistas. Según cuentan, Gaudí visitó su taller y, al ver cómo los artesanos trabajaban en uno de los mosaicos, rompió una de las piezas y sentenció: “A puñados se tienen que poner, si no, no acabaremos nunca”. Acababa de inventar la técnica del “trencadís”.

Su curiosidad le llevó a observar, su observación a intuir y su intuición le convirtió en pionero.

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